El pasado 29 de octubre, la Comunitat Valenciana vivió uno de los episodios más duros de su historia con la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que azotó especialmente varias comarcas de la provincia de Valencia, provocando a su paso un resultado trágico y letal en pérdida de vidas humanas. Las lluvias torrenciales dejaron calles inundadas, casas anegadas, negocios destruidos y una población desbordada, sin apenas información ni apoyo. Mientras los vecinos intentaban salvar lo poco que les quedaba, la Generalitat Valenciana presidida por Carlos Mazón, no estuvo a la altura de la emergencia.
Lo más duro para muchos vecinos no fue solo la lluvia. Fue sentir que estaban solos. Que nadie venía. Que la Generalitat, a pesar de las alertas previas, no tenía nada preparado. No hubo un plan de actuación claro. Los colegios no cerraron a tiempo. Algunos servicios de emergencias llegaron tarde, saturados. Y los ayuntamientos, impotentes, intentaban hacer lo que podían con lo poco que tenían. Y es que no se trataba solo de dar la cara ante los medios al día siguiente. Se trataba de estar, de verdad, cuando el agua rompía puertas, se metía en los hogares y arrastraba enseres. Pero la sensación general fue de abandono. De improvisación, de una Generalitat que iba por detrás de los acontecimientos.
En cambio, el Gobierno de España sí reaccionó con diligencia. En cuanto se conoció la magnitud del desastre, se movilizaron efectivos de la UME, se activaron recursos del Ministerio del Interior y se pusieron en marcha los mecanismos de ayuda. No tardaron días, sino horas. Además, se anunció una batería de medidas concretas para ayudar a quienes lo habían perdido todo o casi todo. El Ejecutivo central activó de inmediato los mecanismos necesarios, demostrando que la gestión de las catástrofes no se improvisa, sino que requiere de planificación y voluntad política. En menos de una semana, el Gobierno anunció ayudas directas para los damnificados, tanto para familias como para empresas y ayuntamientos. Además, se abrió una línea específica de apoyo a la agricultura, uno de los sectores más golpeados por las lluvias.
Este episodio ha dejado en evidencia dos formas de gobernar. Por un lado, la pasividad de Mazón, más preocupado por la imagen que por los hechos, aún no se sabe qué hizo durante y después de su comida en el Ventorro, y por otro, un Gobierno de España que ha demostrado estar al lado de la gente cuando realmente lo necesita. No se trata de ideología, sino de eficacia. Y en este caso, la diferencia ha sido clara.
Los vecinos de la Ribera Alta y otras comarcas afectadas no olvidarán fácilmente quién estuvo y quién no cuando el agua lo arrasó todo. La gestión de emergencias no admite excusas, y lo ocurrido con la DANA del 29 de octubre debería servir de lección. La política útil no se mide en ruedas de prensa, sino en soluciones reales.
Alejandro Soler, Secretario de Política Municipal de la CEF-PSOE