La revolución de Francisco se ha fundamentado en hacernos pensar y en invitarnos a leer y a escucharnos. Sí, en hacernos pensar como pueblo, no como individuo, e invitarnos a leer y a escucharnos sobre qué podemos y debemos hacer para acabar con las desigualdades, atender e integrar al necesitado, combatir el cambio climático, o abordar la inmigración con respeto a la condición del ser humano.
El Papa de los pobres, de la juventud, de los marginados, ha desarrollado un pontificado abierto a todas las personas, fomentando un diálogo ecuménico. Su legado es un compendio de decisiones y de ideas que han abierto caminos nuevos para la Iglesia Católica, aproximándola a todas las personas. Francisco ha sido ejemplo y guía de un cristianismo humanista.
Sus reflexiones más profundas quedaron expuestas en sus encíclicas. En Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad social, dedicó un amplio capítulo a la mejor política. Identificó como amenazas la demagogia, el sometimiento al inmediatismo, la concupiscencia y el individualismo. “El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas”, escribió, para más adelante ahondar más: “La pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo. El intento por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra ‘democracia’ – es decir, el ‘gobierno del pueblo’–”.
Recordó que el gran tema es el trabajo, que es “la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna”, subrayando que el mercado sólo no lo resuelve todo, “aunque otra vez nos quieren hacer creer este dogma de fe neoliberal”, sostuvo. “Tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos”.
Francisco defendió la familia de naciones, propuso la reforma de la ONU y de la arquitectura financiera internacional. Abrió la mirada, y con él la de la Iglesia Católica, hacia los más necesitados, iniciando un nuevo camino en su interior para la mujer en el que se debe seguir dando pasos derribando muros, defendió el amor social, cuestionó discursos añejos sobre la homosexualidad, abordó los abusos sexuales de la Iglesia Católica en la “urgencia de resolver todo lo que atenta contra los derechos humanos”, enarboló la bandera de la lucha contra el hambre, señaló el escándalo de desechar alimentos por una sociedad opulenta, y reivindicó la ternura, un sentimiento que también tiene que tener su sitio en la acción política.
“Hacen falta valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas”, pensaba el Papa Bergoglio. Abogó por la buena política frente al poder de la economía. “Sólo con una mirada cuyo horizonte está transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad”.
No han faltado quienes han obstaculizado su trabajo, ni quienes no han entendido su mensaje, enredándose en postulados insolidarios y trasnochados. El camino trazado por Francisco está abierto hacia adelante en forma de retos para el nuevo Papa que saldrá del cónclave de Roma.
Grupo Federal Cristianos Socialistas